EL PAÍS DE LOS COBARDES



A nivel de audiencias, el enfrentamiento entre Barça y Madrid se convierte en número uno mundial, sólo comparable en porcentajes a la Super Bowl americana y a la final del Campeonato del Mundo de Fútbol. Unos 400 millones de televidentes siguieron el enésimo partido del siglo entre los dos mejores equipos del planeta.

Politizar el deporte es una actitud digna de cerebros a medios cocer, y Rosell, desde la poltrona, permitió que en el día de ayer los independentistas catalalanes convirtieran el santuario blaugrana en el cortijo de unos paletos. El enemigo de Laporta sigue el rastro de su antecesor y ha llegado aún más lejos, apoyando causas soberanistas desde la institución, algo que desde la oposición criticaba duramente hace apenas unos meses. El poder corrompe, y apesta a leguas.

El problema no lo tienen aquellos que vieron el partido desde un sofá, más preocupados en seguir a los Messis y Ronaldos que al cateto que lucía la senyera estelada. El problema, y muy serio, lo sufre el que sentado en la butaca del Camp Nou, visiblemente acomodado, es cómplice con su silencio y convierte en mayoría el grito de una cuarta parte del estadio.

Una situación extrapolable a lo que sucede en el día a día de Cataluña, mientras una minoría hace un tremendo ruido, el resto, se coloca tapones en los oidos y mira hacia otro lado, resignado y amilanado.

A día de hoy, sólo los miembros del grupo musical Estopa y José Manuel Lara han manifestado su total repulsa a la independencia de Cataluña, por detrás, expectantes y carroñeros,  un buen número de famosos guarda un sospechoso silencio.


Sí, Cataluña es un país, no me cabe duda, y está repleto de cobardes acomplejados.