La publicación de encuestas produce un doble efecto en el electorado, y más en un país como España, cuna de especialistas cocineros.
Para los seguidores del partido beneficiado, provocan relajación. Saberse ganador acerca a la apatía. La abstención se convierte en una sombra peligrosa a la vuelta de la esquina. El Partido Popular aspira a gobernar con mayoría absoluta. Comienzan a llegar las primeras quinielas respecto a los nombres que ocuparán las carteras ministeriales con Mariano Rajoy. Un juego que se presenta muy peligroso cuando el contrincante es el partido socialista.
En la otra vertiente, los partidarios de los candidatos menos favorecidos. Recibir los datos negativos producen un efecto llamada hacia la participación, fomentando la intención de voto en la jornada electoral. Rubalcaba, actor secundario con González y Zapatero, opta a empeorar los pésimos resultados de Joaquín Almunia.
No podemos olvidar un dato importante. En España, los dos partidos mayoritarios mantienen un elevado número de fieles votantes. Algo similar ocurre con los principales partidos nacionalistas, cuyos seguidores son conscientes de la importancia de verse representados en Congreso y Senado. Este país necesita una urgente reforma de la Constitución, que impida que los sufragios de declarados independentistas controlen los destinos de 45 millones de ciudadanos.
La principal incógnita la plantean dos partidos cercanos al PSOE y que pueden convertirse en depositarios de los descontentos con los hombres de Rubalcaba. Por un lado el gran olvidado de las muestras preelectorales, UPD, el partido de Rosa Díez, y por otro Irquierda Unida, que pretende hacer olvidar al máximo representante del voto útil, Llamazares.
El 20 N saldremos de dudas...
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